El derecho a concederse un capricho




En la insoportable levedad del ser Milan Kundera afirma que “los extremos son la frontera tras la cual termina la vida”.
Y es que los extremos resultan más cómodos: vivir sin control, revoloteando de un deseo a otro; o vivir como los ascetas, libres de toda pasión, sabiendo todas las respuestas, incluso antes de hacernos las preguntas.
Es verdad que debemos sentirnos sabios y poderosos y vivir con cierta austeridad y no dejarnos avasallar por nuestros deseos. De hecho libera muchísimo saber de cuántas cosas prescindir, pero tampoco nos equivoquemos: no permitir que afloren nuestros deseos no es sinónimo de autocontrol y dominio sino más bien de todo lo contrario: es una muestra de rigidez y miedo a dejarnos llevar por lo que realmente no sabemos controlar.
Vivir en la cuerda floja, en ese incierto “camino del medio”, nos permite decidir qué queremos en cada momento y ser libres, porque en esa flexibilidad y suavidad encontramos la novedad, la incertidumbre, la vida. Porque los deseos son naturales y hay cosas que merecen ser deseadas y alcanzadas. Y concedérnoslas, debería ser, más que un capricho, casi un deber. Porque cuando logramos identificar los deseos, no sentimos más vivos y más humanos. La clave solo está en saber desapegarnos saludablemente de ellos para no caer en sus redes, sino también en permitirnos cumplirlos, concedernos el hecho de disfrutarlos y sentirnos merecedores de ellos.

Vanessa Gil
Mente Sana

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