La sabiduría de dar y recibir amor
Hay personas que envuelven con cariño a los demás, pero, en cambio, les cuesta mucho aceptarlo. A otras les pasa lo contrario. No es fácil encontrar el equilibrio entre el dar y el recibir. Pero en eso consiste uno de los secretos de la vida: en aprender a querer y ser queridos.
Seguramente ya conoces esta historia. A un hombre se le concedió en un momento de su vida la oportunidad extraordinaria de visitar el cielo y el infierno. Primero fue al infierno y vio a una infinidad de personas sentadas ante unas largas mesas repletas de comida deliciosa. Pero todas parecían hambrientas, estaban flacas y lloraban. Enseguida comprendió por qué las cucharas y los tenedores eran más largos que sus brazos y no podían llevarse la comida a la boca.
Luego fue al cielo y encontró la misma situación: gente sentada antes unas mesas llenas de buena comida y con los mismos cubiertos, más largos que sus brazos. Pero, en este caso, todos estaban alegres y bien alimentados. No intentaban alimentarse a sí mismos: se alimentaban los uno s los otros.
En el psicoanálisis clásico, la comida es un símbolo del amor. En esta historia, también: las personas del cielo no solo se dan de comer una a otras sino que, además se dan y reciben amor. Esa imagen refleja perfectamente la reciprocidad de la relación celestial, en la que cada uno respeta a los demás, se preocupa por ellos y recibe, a su vez, el mismo trato.
Estrechar los lazos
Las relaciones humanas suponen reciprocidad: dar y recibir. La reciprocidad va más allá de la mutua necesidad, pues esta implica dependencia. En las relaciones dependientes, la persona que da, lo que hace en buena medida para recibir, estableciéndose una dinámica que es como un engranaje, en la que las dos partes se acoplan cómodamente hasta que ocurre algo que estropea la compenetración. Esto sucede, por ejemplo, cuando una mujer alcanza un cierto éxito profesional con el que obtiene prestigio y una independencia económica que su marido puede juzgar amenazadores. O cuando una mujer pierde el sentido de su existencia en el momento en que sus hijos dejan el hogar: antes se sentía necesitada; ahora se siente vacía.
Estos ejemplos muestran la necesidad de crear relaciones en la que el dar y el recibir este equilibrado – entre el marido y la mujer, entre padre e hijos, entre amigos- pero también hablan de la importancia de asegurarse una amplia red de relaciones. Cuanto más amplia sea nuestra capacidad de relacionarnos, más posibilidades tendremos de dar y recibir en sus múltiples variables.
El apoyo a los demás
Para tener una buena salud mental, no debemos limitarnos a los lazos familiares, por fuertes que estos sean. Es conveniente hacer amigos y establecer relaciones en las que, en algunos casos, nos ocupamos de alguien y, en otros, nos ayudan a nosotros. Y es que ser plenamente humanos significa encontrarnos, tarde o temprano, en uno u otro lugar.
Suele decirse, especialmente en lo que toca al sufrimiento, que estamos solos y que cada uno debe aceptar su soledad esencial. Sin embargo, cuántas veces hemos visto ejemplos de la fuerza y el apoyo que obtienen unas personas de otras.
Por eso hay tanto “grupos de apoyo” en el mundo dedicados a las problemáticas, más diversas. Y es justamente para llenar el vacío de la soledad por lo que buscamos reciprocidad y comprensión. Dar y recibir amor es la base de la naturaleza humana; es lo que tiende un puente por encima del espacio – a veces, un abismo- entre los mundos aislados en los que, sin amor, estaríamos condenados a vivir.
Desequilibrios en las relaciones
A algunas personas les resulta fácil dar; a otras, recibir. Y al revés: hay algunas personas a las que les cuesta dar, mientras que a otras les cuesta recibir. Por ejemplo, ¿no has conocido nunca a nadie que se muestra ansioso por ofrecer ayuda, regalos o consejos hasta el punto de resultar molesto?
Nos abruman con lo que creen que necesitamos, pero su ofrecimiento proviene de su necesidad antes que de la nuestra.
También se da el caso de quien nunca deja de pedir. Todo lo que demos o hagamos por él nunca parecerá suficiente. Puede que ello se deba aun sentimiento suyo de incompetencia o de haber tenido un destino injusto en la vida.
Luego está quien da con la mano cerrada, como si doliera hacerlo. En nuestra relación con esa persona, no obtenemos una satisfacción verdadera, ya que sentimos que tiene más para ofrecernos, pero que se lo guarda. Tal vez lo hace por timidez y vulnerabilidad, por miedo a que rechacen su amor al haber sido ya herido en el pasado o por no saber de qué forma dar.
Finalmente, también es posible conozcamos a alguien a quien le cueste mucho recibir. Le hacemos un regalo y obtenemos un “gracias” mecánico. Es posible que ni siquiera lo abra y, con toda seguridad, no lo usará ni lo exhibirá. Cualquier ofrecimiento de ayuda tiene un destino parecido. “Puedo arreglármelas yo solo” Quizá le cueste recibir amor por orgullo, por vergüenza, por miedo a parecer débil, por una autonomía excesiva o por la desconfianza y sospecha de que el ofrecimiento es genuino.
Estos son ejemplos de desequilibrios exagerados en las relaciones. Pero, al igual que casi todos nuestros actos, la forma equilibrada y sana de dar y recibir también puede aprenderse.
Dar es un acto de generosidad. Damos amor de muchas maneras y diversas maneras, expresándolo con frecuencia de forma material. En nuestra relación con los demás debemos saber cómo, cuándo y qué dar. A menudo tenemos inclinación a dar lo que nosotros mismos querríamos recibir. Pero esta actitud es egocéntrica, pues ignora el verdadero sentido de la generosidad, que consiste en dar lo que los otros necesitan o quieren.
Piero Ferrucci y Vivien Reid
Psicoterapeutas-
Mente Sana
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