La sabiduría de dar y recibir amor II


Tener en cuenta los deseos del otro

Una persona que se recupera de una operación en un hospital puede que no necesite montones de flores o de horas de visita. Puede que aprecie una sola flor y una sola visita corta pero cariñosa y alentadora. O puede que, en su estado de debilidad, necesite que alguien hable en su lugar con los médicos. El sentido de la oportunidad es importante. En ocasiones, debido a nuestra preocupación y ansiedad, nos precipitamos en dar algo a una persona antes de que esté preparada para recibirlo o en un momento inapropiado.
Hay una historia china que lleva esto al extremo del absurdo. Un mono bien intencionado vio unos peces en el río. Como no quería que se ahogaran, los sacó del agua con bastante esfuerzo y los dejó en tierra. Al principio los peces se agitaron, pero, poco a poco, se fueron quedando inmóviles. Qué inquietos están estos pobres peces” pensó el mono, Ahora, ya no corren peligro y, por fin, se han relajado”.

Aceptar sin reparos,
A algunas personas les resulta difícil dar amor: no sienten de forma natural el impulso amoroso o bien son reacias a expresarlo. Si reconocemos esta característica en nosotros, podemos cambiarla empezando por comprender sus causas: quizás hemos sufrido demasiadas decepciones que han alimentado nuestra autocompasión o tal vez la timidez, la torpeza o el miedo al rechazo nos impiden dar.
Recibir forma parte también de nuestra generosidad. Porque, para recibir, tenemos que estar abiertos, atentos, ser apreciativos e incluso vulnerables. Si recibimos de una forma fría, herimos al otro, pues rechazamos su amor. Incluso cuando se trata de un dar impertinente, podemos ser amables en el rechazo, expresando gratitud por haber sido objeto del ofrecimiento y explicando por qué lo rehuimos.
Recibir amor es más difícil que darlo, porque quizá nos sentimos inferiores o indignos, o nos parece que no dominamos bien esa situación. Pero sí no podemos recibir amor, nos aislamos ya que aumentamos la distancia entre nosotros y los demás. Por el contrario, si sabemos cómo recibirlo, salvamos esa distancia con el otro, ofreciéndole a cambio nuestra gratitud.

Vida más amables
Por el bien de nuestra salud psicológica así como por la mejora de las relaciones sociales, debemos aprender a alcanzar un buen equilibrio entre los actos de dar y recibir. Pensemos en aquello que nos perdemos si solo damos: vivimos entonces una vida sin las virtudes celestiales de la gratitud y la humildad, nos privamos del cuidado y del afecto de otros, nos situamos aparte y parecemos personas distantes, acaso superiores.
Pero pensemos también en lo que nos perdemos si solo recibimos reforzándonos nuestros sentimientos de indefensión, nos ponemos en una situación de inferioridad, avivamos nuestra codicia e invalidamos nuestra generosidad, privándonos de la alegría del dar.
Cuando logramos el equilibrio en nuestras relaciones, alcanzamos en realidad nuestro equilibrio personal: alimentamos las virtudes de la empatía, la generosidad, la compasión y la humildad, y aprendemos a amar a los demás y a la vida misma. Y es que la vida es como una gran aventura, a veces dura y dolorosa, pero repleta de amabilidad humana.

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