Cenicienta supo decir "no"


Pufff ya son las once de la noche y todavía me quedan por lavar todos los platos de la cena. Y mañana me tengo que levantar a las cinco, como siempre. ¡Estoy tan cansada!- esto era lo que Cecilia pensaba, pero decirlo en voz alta... ¡jamás!
De acuerdo... Ya voy.. Ahora mismito...Como a ti te parezca..Está bien-eran las únicas palabras que se le habían escuchado decir.
Y Cecilia lavaba, planchaba, limpiaba, lustraba, barría, cocinaba y atendía a todos los demás. Solo de vez en cuando se escondía en su cuarto, a leer. A leer su cuento favorito. La Cenicienta.

Y el hada se le apareció y la visitó con un traje de seda, el más hermoso que nunca se haya visto y le regaló unos zapatitos de cristal. Debes llegar antes de la última campanada de las doce de la noche, porque después el hechizo se romperá..
Cecilia... ¡Cecilia!
Ya voy.
Y el hechizo se rompía.
Algún día, si soy buena y hago perfectamente todo lo que me piden y nunca me quejo... si soy como Cenicienta, vendrá mi hada madrina y me convertirá en princesa- pensaba Cecilia. Y corría esperanzada, escaleras abajo, para servir a los demás.
Y el principe y la Cenicienta bailaron toda la noche sin tener oídos ni ojos para nadie. De repente comenzaron a sonar las campanas. Eran las doce de la noche. Me tengo que ir, dijo Cenicienta, apurada, mientras salía corriendo rápidamente del lugar. Pero cuando iba bajando las escaleras, uno de los zapatitos de cristal se le cayó y, por la prisa, ella no volvió a recogerlo. Entonces, el apuesto principe se levantó y...
Cecilia... ¡Cecilia!
Ya voy.
Y el hechizo se rompía. Una y otra vez, Cecilia volvía a la realidad y la esperada hada madrina no llegaba jamás. Días, semanas, meses. La vida de Cecilia seguía siempre igual. ¡Y no era precisamente la vida de una princesa!
¿Y si se perdió entre tanta gente de este mundo y no me encuentra?- se le ocurrió un día. La voy a llamar hada madrina, hadita...
Pero nada. Era como si el hada no existiera.
¿Sabes lo que pasa, Cecilia? Me parece que la llamas mal. Las hadas no vienen así como así, justo cuando las necesitas. Hay que llamarlar de una manera especial-le dijo su mejor amiga. Paula.
Pero en el cuento, el hada aparece sola, sin que Cenicienta tenga que llamar.
Siii... pero eso solo pasa en los cuentos. En la vida real es diferente. Yo conozco la manera de llamar a las hadas.
Pero es un secreto ¿eh?
Cecilia se limpió la naricita con la manga y miró a su amiga con ansiedad.
Las tienes que llamar cantando. Eso les gusta muchísimo.
Algo así como: Haaaada/ha-da-madriiina/ven a mí/ ven-ven ¿Lo entiendes?
Cecilia asintió.
Pero además,d ebes tener el cuerpo preparado para recibirla- continúo Paula- Es decir, debes tener el aroma de su comida preferia. En cuanto huelen su comida favorita, vienen en seguida. Y lo que más les gusta es el repollo con aceitunas y moras.
¿Repollo con aceitunas y moras? ¿Todo junto en una misma comida?
Si, todo junto en una misma comida.
¿Y qué tengo que hacer? ¿Lo cocino todo junto en una misma comida?
Si, todo junto en una misma comida.
¿Y qué tengo que hacer? ¿Lo cocino y me lo pongo de perfume?
Nooo... Lo cocinas y te lo comes. No puedes comer otra cosa en diez dias, hasta que tus poros exhalen ese aroma. Ese es el secreto de Oler y cantar. No falla. ¡Ah, y.. algo más! No pùedes dormirte. Porque las hadas les gusta aparecer de noche.
Cecilia se puso pálida. ¿No dormir en diez dias, comer una comida estrafalaria y cantar por los rincones es lo que tenia que hacer para llamar a su hada madrina?
Y te convertirás en princesa- concluyó Paula.
Ya no hizo falta nada más para convencerla. Con tal de convertirse en princesa, Cecilia era capaz de hacer eso y mucho más. Claro que no fue nada fácil. Después de diez dias, tenía el estómago revuelto de tanto repollo, la piel violeta de no dormir ( de de comer tantas moras) y la voz ronca de no dormir y de tanto cantar por los rincones. Pero su hada madrina seguía sin aparecer.
Bueno... vamos a tener que poner en marcha el plan dos- le sugirió Paula.
¿El plan dos? -preguntó Cecilia tratando de mantener los ojos abiertos.
Cuando las hadas no estan en la casa, están en el bosque.
Tendrás que ir a buscarla ahí.
¿Ir al bosque? ¿Yo sola al bosque?
Si, y de noche. Es un método infalible. Allí las encontrarás, seguro. Lo único que tienes que hacer es ir, sentarte en algun lugar y cantar la canción de las hadas.
No sé.. me da mucho miedo.
Y vendrá y te convertirá en princesa.
Y Cecilia partió por la noche hacia el bosque a buscar a su ansiada madre madrina.¡Qué miedo, Dios, qué miedo!
Se sentó sobre una roca en un claro del bosque y se puso a cantar. Haaada/ha/da-madriiina/ ven a mí/ ven aqui/ te estoy llamando/ te estoy esperando/ ven/ ven a mi/ ven-ven-vennnn
¡Qué canto más extraño!.
Hada madrina...¿Eras tú?
Más o menos.
Cecilia giró la cabeza y vió que, a su lado, había una pequeña planta de flores rosadas.
¿Eres o no eres mi hada madrina?
Más o menos. Soy tu flor madrina
¿Una flor madrina? Eso si que no lo había escuchado nunca. Pero, en fin, era madrina.
¿Y me transformarás en princesa? ¿Yo?- la flor la miraba sorprendida.
Siii. Me convertirás en un princesa y ya no tendré que atender a nadie más. Ya no tendré que decirles a todos: Sí... Ya voy... En seguida... Lo que a ti te parezca... Podere hacer lo que me parezca, lo que yo quiera, lo que yo diga ¡Me convertiré en princesa! ¡Me convertiré en princesaaaaaaaaaaaa!
Pero si no puedo convertirte en princesa- dijo finalmente la flor.
Cecilia se detuvo en seco.
¿Qué has dicho? ¿No habrás dicho que no puedes convertirme en princesa, verdad?
Sí. He dicho eso.
Pero..¿qué clase de hada madrina eres?
Yo no soy un hada madrina. Yo soy tu flor madrina.
No tengo varita mágica. No puedo volar. Y no puedo transformarte en nada.
Durante un rato, Cecilia la miró enojada.
Entonces... entonces ¡eres una flor madrina de morondanga! Una flor madrina que no sirve para nada. Eres... eres... ¡Eres una inútil!
Lo que si puedo darte son mis palabras mágicas. Mis palabras mágicas preferidas.
¿Cuáles? ¿Cuáles son? ¿Qué tengo que hacer? ¿Tengo que decir tus palabras mágicas para convertirnos en princesa?
No. Mis palabras mágicas preferidas son:

NO QUIERO/ SÍ QUIERO
NO PUEDO/ SI PUEDO


El secreto está- continúo la flor. en saber usar estas palabras mágicas en el momento adecuado. Si las aprendes a utilizar correctamente, serás libre. Y si eres libre, ya no necesitarás transformarte en ninguna princesa.
Y con la pequeña sacudida, Centary, la flor, le llenó el vestido de pétalos. No era el vestido de una princesa, no, pero a Cecilia le gustó más que el de Cenicienta.

Educando al Hada Madrina- Flores y cuentos de Diana Drexler, Ed. Errepar.

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