La búsqueda
Érase una vez un hombre que buscaba el equilibrio en su vida.
Deseaba ser feliz, en su trabajo y con su familia. Y deseaba que los demás también fuesen felices y productivos.
Lo cual era una frustración para él, pues había tratado por todos los medios de hacerse feliz a sí mismo y felices a los demás. Pero, por mucho que lo intentaba, nada parecía suficiente.
Cuando estaba a solas, no experimentaba la tranquilidad mental que buscaba.
Algo importante fallaba también en sus relaciones de negocios y en las privadas.
En el mejor de los casos, no quedaba a la altura de lo que él mismo y los demás esperaban; en el pero, hacía daño a la gente, aunque por lo general sin darse cuenta de ello.
Se estaba convirtiendo en un escéptico.
Empezaba a preguntarse si alguna vez descubriría el secreto del equilibrio.
No obstante, sabía lo bastante acerca de la felicidad para darse cuenta de que, si alguna vez la encontraba, tendría que ser dentro de sí mismo.
Pero se preguntaba cómo afectaría eso a los demás.
Mientras tanto, aquel hombre buscaba a alguien que hubiese encontrado ya la solución y que quisiera compartir su secreto con él.
No obstante, el hombre sabía que, por su propio bien y por el de la buena gente que trabajaba y convivía con él, necesitaba encontrar pronto la solución.
Se decía que ojalá conociese a alguien que tuviera dicha solución, que viviera con arreglo a ella y que pudiera explicársela de una manera sencilla.
A lo mejor es un secreto demasiado personal como para compartirlo con un desconocido pensaba. Si supiera de alguien...
De pronto, recordó a una persona a la que conocía muy bien y que había logrado tener más éxito en su trabajo y mayor felicidad en su vida.
A Tío como le llamaban todos los de la familia, no le faltaba nada, pues tenía desde una buena salud hasta una cuantiosa fortuna, aunque, como le constaba perfectamente al hombre, no siempre había sido así. Pero ahora disfrutaba de una vida privada, familiar y social muy feliz.
El Tío siempre parecía contento, al igual que todas las personas que le rodeaban. Él mismo recordaba bien que cuando estaba con su Tío se encontraba más a sus anchas que nunca.
El Tío parecía estar en posesión del secreto de cómo hacerse feliz a sí mismo y hacer felices a los demás.
Se preguntó por que no había tenido nunca una charla más seria con su Tío, aparte de las banalidades intercambiadas durante las celebraciones familiares.
Le telefoneó para decirle que quería hablar con él y quedaron en verse al día siguiente.
La sonrisa del Tío le acogió al entrar. Tan pronto como se sintió a sus anchas, preguntó:
¿Eres feliz, Tío?
Muy feliz. Pero debo admitir que solo desde hace algunos años. Recuerdo que antes había llegado a sentirme muy desequilibrado.
Si no es algo demasiado personal, Tío, me gustaría preguntarte cómo llegaste a ser feliz.
-Es fácil- replicó Tío – En realidad, cuando las cosas se complican y me siento confuso- agregó- me las arreglo recordando lo siguiente: Si es complicado, seguramente forma parte del problema. Si es sencillo, podría ser una solución.
La mayor parte de mis problemas me parecían complicados entonces –siguió confesando el Tío. Pero las soluciones una vez encontradas, resultaban bastante sencillas. En realidad, a veces me avergüenza un poco descubrir lo fácil que era la solución práctica, cuando al fin doy con ella.
La pura verdad es que soy más feliz desde que empecé a hacer caso de mí mismo al mismo tiempo que de los demás- concluyó Tío.
Aquello no se lo había esperado el hombre, por lo que preguntó:
¿Qué te hace más feliz, hacer caso de ti mismo o de los demás?
Lo uno va con lo otro, y en realidad no es posible la separación – replicó el mayor de los dos hombres.
La mayor felicidad la consigo cuando consigo equilibrar dos verdades importantes –continuó Tío- Unas veces conviene mirar primero a los demás, y otras veces es preferible cuidar primero de mi mismo.
Lo bueno, del asunto es que la manera de cuidar de mí mismo suele servir también para otros.
Y hacer caso de los demás es una manera de hacerme caso a mí mismo. Eso hace que me sienta equilibrado y lleno de paz.
Antes, mi vida no funcionaba porque me empeñaba demasiado en complacer a los demás y me olvidaba de complacerme a mí mismo.
Ahora concedo igual tiempo a ambos aspectos.
Tras una pausa, el Tío continuó
Lo curioso es que, desde que empecé a hacerme más caso a mí mismo, la gente me dice que se siente más a gusto conmigo.
Yo me aprecio más. Aprecio más a las demás personas. Ellas se sienten más a gusto conmigo, y con ellas mismas.
El hombre escéptico replicó:
Me parece demasiado sencillo, y demasiado bueno para ser cierto. Es posible que yo todavía esté absorto en mis propios problemas, pero me parece que mi vida es bastante más complicada que eso.
El Tío contestó:
No te censuro por ponerlo en duda. Pero la realidad es que el secreto es tan sencillo, tan práctico y tan poderos, que cuando lo haces.
¡todo el mundo sale ganando!
Y para que no cupiese ninguna duda, el hombre de más edad escribió tranquilamente algo en un papel, que luego tendió a su sobrino.
Era lo siguiente:
Antes de poder atender a algo o a alguien,
Debo aprender a atenderme a mí mismo
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario