Cuido el yo, el tú y el nosotros I parte


El Tío dijo:
Mi yo es el que yo soy. Tu yo –agregó con un ademán ambiguo – es el que eres tú. Nuestras personalidades son tan diferentes como nuestras huellas digitales. Cada uno es único y especial, lo mismo que cualquier otro ser humano en el mundo. Ese es el yo al que debemos atender.
¿Por qué es eso tan importante? Preguntó el sobrino.
Porque, cuando tenemos buen cuidado de nuestro yo de nuestra personalidad, nos sentimos más saludables y felices. Solo entonces podemos atender a otras personas.
Hace algunos años –continuó el Tío- empecé a ver más clara la cuestión de la felicidad, fijándome en su contrario. ¿Qué les pasa a las personas tan infelices y desgraciadas, que sufren una fuerte depresión?
No hacen caso de nadie... ni de sí mismas, ni de las demás, ni de nada de nada cuanto les rodea.- respondió el hombre.
Justamente, eso es lo que les pasa – asintió el Tío. No hacen caso de nada. ¿Y qué les ocurre a las personas que están al lado de alguien que no hace caso de nada?
El hombre sonrió y contestó:
Es deprimente.
Y el Tío le hizo observar:
Por tanto, las persona que cuidan mal de sí mismas, también son perniciosas para los demás. Si cuidaran mejor de si mismas, ¿No sería esto una ventaja para los demás?
Mientras su interlocutor meditaba la respuesta, el Tío prosiguió:
¿Cuál es el primer síntoma de recuperación en un paciente deprimido?
Que empieza a cuidar de sí mismo. Recobra la costumbre de peinarse del cabello, por ejemplo.
El Tío asintió.
En efecto. Las personas sanas se cuidan de sí mismas, las enfermas, no.
Luego preguntó:
¿Qué dirías que hice entonces?
Y contesto, él mismo a su propia pregunta:
Empecé a considerarme un cuidador. Tú también puedes hacerlo, si quieres.
Imaginemos, si te parece –continúo el Tío- que eres el honrado cuidador de un bello jardín en una magnífica finca. Gente de todo el mundo viene a ver tu jardín y admiran tu trabajo, y también a ti.
Considera, mentalmente, las hermosuras de tu labor. Respira las fragancias.
El Tío hizo una pausa para propiciar que su interlocutor imaginara la escena.
¿Qué tal resulta eso de ser un cuidador de esa especie?
El hombre asintió:
Magnífico. Me siento magnífico.
El Tío continuó:
Para experimentar el equilibrio, me bastaba contemplar las tres zonas principales de mi jardín yo, tu y nosotros.
El sobrino preguntó:
Que quieres decir que te ves cuidando de mí mismo, cuidando de ti, y cuidando de nosotros, ¿verdad?
Sí. Con el yo me refiero a mí mismo –corroboró el Tío- El tú es el yo que no hay dentro de ti y que tiene mis mismas necesidades de tu yo.
Poniendo la mano sobre una esfera terrestre que tenía en un rincón de su despacho. El Tío concluyó:
Y el nosotros es la relación que existe entre tú y yo.. Y ese tú puede ser un miembro de mi familia, un socio, o un desconocido de otro continente...
La persona del Tío aparecía rodeada de un hado de paz y de gran fuerza.
El hombre sintió necesidad de saber más cosas.
¿Querrías explicarme la primera parte de esa filosofía tuya, o cómo cuidar de mí mismo?
Salgamos al jardín a tomar un poco de sol –sugirió el Tío.
El hombre contempló el jardín del Tío. Oyó el rumor del agua y contempló las bellas flores.
Percibió la paz y la tranquilidad reinantes. Empezaba a ver cómo aquello de ser cuidador podía servir para cuidar bien de sí mismo.
El Tío pensó en voz alta:
Cuando contemplo este jardín, me cuesta recordar los tiempos en que era infeliz.
¿Qué era lo que no iba bien?
Sencillamente que no cuidaba de mí mismo. Al principio, ni siquiera sabía qué era lo que no funcionaba, solo que no estaba contento con mi éxito, ni con mi familia, ni con mis amigos.
Cuando me detuve a mirar de cerca, vi que hacía más caso de mis negocios que de mi familia, y más de mi familia que de mí mismo.
Había permitido que mi vida se desequilibrase.
¿Y que hiciste entonces? Preguntó el hombre.
Por fácil que parezca hacer un alto varias veces al día para dedicarme un minuto a mí mismo.
Un minuto no es mucho tiempo –objetó el hombre.
Lo suficiente para llegar a ser más feliz –respondió el hombre de más edad- Mira el reloj y luego quédate quieto y callado. No mires otra vez el reloj hasta que te parezca que ha transcurrido un minuto, ni un segundo más ni menos.
El Tío esperó tranquilamente mientras su sobrino intentaba el experimento. Sabía lo que iba a pasar.
Transcurrido lo que creyó ser un minuto, el sobrino miró su reloj. Fue una sorpresa.
¡Pero si han pasado treinta y ocho segundos! –exclamó Un minuto es más largo de lo que me figuraba.
Cuando estamos callados, un minuto es mucho tiempo.
¿Y por qué ha de ser un minuto?
El Tío explicó:
Por que, en un minuto de silencio a solas conmigo mismo, primero adquiero conciencia de lo que estoy haciendo, y luego puedo elegir si voy a buscar un camino mejor.
Además, de las otras cosas que hago para cuidar del yo el tú y el nosotros, invierto en mí mismo y en los demás ese minuto extra.
¡Y esa es toda la diferencia!
¿Cómo haces eso?- preguntó el hombre
El Tío dijo:
Sencillamente, echo el freno y pregunto al yo ¿Existe, ahora mismo, una manera mejor de cuidar bien de mí mismo?Por extraño que parezca funciona.
Cuando me detengo considero en silencio durante un minuto, a menudo encuentro esa manera, Y entonces lo pongo en práctica tan pronto como sea posible..

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