
Y es que el océano entero, no le hace a mi amor… ni pa´ mojarle los pies… Si alguien escucha atentamente la ópera Luna, de José María Cano, podrá encontrarse, entre el sabor a español de su melodía, frases tan bellas y certeras como ésta.
Porque el amor entre dos personas, el amor de pareja, si es verdadero, se convierte
en único y suficiente. Y es un orgullo estar al lado de la persona amada;
es comprensión, paciencia, entrega, compartir, respeto y amor, toneladas de amor
A. Llamas Palacios
Mi marido me humilló desde el comienzo de nuestro matrimonio. No me sentía respetada. Me decía que todo lo hacía mal…; era como estar hundida en un pozo. No tenía libertad, vivía coaccionada. Se enfadaba hasta cuando quería estar con mi familia. Acabó con mi dignidad y llegó un momento en que no me valoraba a mí misma como mujer, como persona. Creía que no valía nada; me abandoné, me daba igual mi aspecto. Si tomé la decisión de separarme, lo hice sólo por mi hija, porque decidí que no vería a su madre en una situación tan denigrante. Él nunca me quiso. Pensaba que se había casado con una sirvienta.
La persona que habla de esta manera es A. Le llamaremos así, con una letra; su inicial. Es una mujer anónima, invisible para el lector, pero puede tener mil rostros. Todos los de aquellos, hombres o mujeres, que se vean reflejados en el espejo de sus palabras. ¡Qué diferentes éstas de las de la ópera Luna!
A. nunca sufrió maltratos físicos. Su marido jamás recurrió a la violencia física para agredirla; por lo tanto, nunca tuvo que acudir a Urgencias de ningún hospital, ni sus heridas pudieron contemplarse, horrorizar ni concienciar a nadie. Pero A. fue víctima de un tipo de violencia tipificado recientemente como delito: la violencia psíquica ejercida de forma habitual sobre las personas próximas. Se ha ampliado de esta manera el artículo 153 del Código Penal, que sólo preveía agresiones físicas.
A su testimonio, A. quiso añadir una importante reflexión: Me gustaría que quedara claro que las faltas de respeto pueden darse en cualquier persona, sea hombre o mujer. No son los hombres los únicos agresores, si bien es cierto que las estadísticas indican que son la gran mayoría. Normalmente se piensa que las personas que sufren estos problemas tienen un nivel cultural bajo, así como problemas económicos. No siempre es así. Tanto mi ex-marido como yo tenemos estudios superiores. Una de las cosas más tristes de este problema es que muchos hombres y mujeres piensan que el trato conyugal debe ser así…, porque nunca han conocido otra cosa.
Un problema de todos
Resulta difícil concretar si ha habido un incremento del problema a lo largo del tiempo, pues la aprobación de medidas para acabar con él ha comenzado hace relativamente poco. Antes, las personas que sufrían maltratos por parte de su cónyuge o pareja no lo denunciaban. No tenían recursos, ni apoyos institucionales, ni una sociedad sensibilizada que les protegiera y comprendiese. Se trataba de un problema privado, reservado estrictamente al ámbito familiar y, por lo tanto, no se dispone de datos estadísticos que permitan conocer la situación anterior.
Hoy la mal llamada violencia doméstica —¿No sería mejor decir violencia en casa?; ¿es justo, o ambiguo y programado, aplicar el adjetivo doméstico, hogareño, familiar, al sustantivo violencia?—está considerada como un problema de Estado, público y de toda la sociedad. Este avance se debe, en gran parte, al esfuerzo de todas las personas que se han agrupado con el objetivo de concienciar a la sociedad, de hacerle partícipe, conocedora y responsable de tragedias familiares en las que los celos, la bebida, los problemas psicológicos y otros muchos factores han actuado de manera destructiva y fatal. Aquellos que están en contacto con las víctimas de familiares violentos no se cansan de repetir que las cifras de fallecidos por maltratos en el hogar superan a los fallecidos por el sinsentido etarra.
El silencio de todas aquellas personas que son maltratadas y no se atreven a poner fin a tanto sufrimiento es el cómplice de tanta violencia. Pero no se puede culpar de miedo a quien es humillado y golpeado y, además, debe fingir que tales castigos injustos no existen. Gracias a Dios, existen muchas voces luchadoras que ponen el sonido a tanto silencio. Cientos de personas, en Congregaciones religiosas, asociaciones o instituciones, se ocupan hoy de asesorar, aconsejar y curar vidas destrozadas por la violencia, para que comiencen desde cero en un lugar lejos de sus pesadillas. La tarea de tantas personas luchando por sacar adelante a los maltratados da, poco a poco, fruto, y ya van siendo cada vez más los que se atreven a dar el paso de escapar de su cónyuge, valientemente, arriesgando muchas veces su vida.
Se calcula que hay en España cerca de 650.000 mujeres víctimas de malos tratos. Mirando un poco hacia el pasado, son más de dos millones las que afirman haber sufrido alguna vez en su vida malos tratos. Todos estos datos salieron a la luz hace un año, en la primera macroencuesta sobre violencia doméstica realizada en España, adelantada en su día por la entonces Secretaria General de Asuntos Sociales, Amalia Gómez, y por el Instituto de la Mujer. Mujer maltratada, según la macroencuesta, se consideraba el 4´2% de las españolas.
Existe la falsa creencia de que las mujeres maltratadas responden a un perfil de bajo nivel cultural y económico. Para J., una trabajadora social que prefiere no dar su nombre, ésta no es la realidad de la que ella tiene experiencia: A mí —afirma— no me gusta hablar de perfiles. En mi caso ha habido de todo. La gran mayoría tienen dificultades económicas, pero eso no significa que las mujeres con mayor nivel económico no sufran de malos tratos. Hemos tenido de todo, profesionales y gente con buen nivel, pero esas mujeres muchas veces también buscan soluciones alternativas que no sean las de acudir a una casa de acogida. Y luego está la gran cantidad que no denuncia su situación.
J. vive el drama diario de las mujeres que huyen de sus casas, o llegan directamente del hospital, y se instalan en unas viviendas provisionales, en las que permanecen de 15 a 20 días, hasta que consiguen el permiso para trasladarse a las casa-refugio. Tanto en un lugar como en otro, las mujeres que llegan allí, huyendo de los malos tratos, deben cumplir unas estrictas normas de seguridad, por las cuales no pueden salir solas a la calle, ni pasear, ni dejarse ver normalmente por los alrededores. Tampoco les está permitido a los periodistas facilitar ningún indicio sobre estos lugares, ni sobre las mujeres que allí se refugian, o sobre las personas que trabajan con ellas. J. explica que no es la primera vez que, con las más pequeñas pistas, ha habido hombres que han logrado localizar a sus mujeres, en arduas tareas detectivescas, sólo propias de una increíble obsesión y convicción de pertenencia.
Fuente: Revista Alfa y Omega
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