¿Qué es educar?



Definimos la acción de educar como el conjunto de actos, dichos y actitudes que posibilitan al niño o adolescente comprender el mundo e ir organizando conductas y maneras de ser que le permitan afirmarse en la vida y, al mismo tiempo, respetar y cuidar a los otros, a las cosas y al mundo.
Si relacionamos esto con las características de la época – la velocidad de los cambios, la ausencia de certezas estables, la transformación cotidiana de la realidad – podemos, identificar la cuestión principal a la que debemos atender: la riqueza de la vida de los adolescentes no dependerá del aprendizaje dogmático de los deberes y verdades de los adultos sino de su propia posibilidad de sentir y pensar para sintonizar con el estado de cosas que irán encontrando a lo largo ce su existencia y del grado en que puedan posicionarse ante ellas de manera autónoma y creativa. Generar en ellos la libertad y la capacidad para construir, en cada situación, las formas convenientes al cuidado y cultivo de la vida será el objetivo más valioso de nuestra tarea de educativa.
En consecuencia, de lo que se trata no es de transmitir verdades sobre cómo son las cosas (verdades que, por otra parte, no tenemos) sino de cultivar en el chico una actitud reflexiva y preactiva para dar a luz, con su esfuerzo comprometido, lo que elija ser y hacer.
En este sentido, hay dos objetivos principales:
- Que los chicos/cas aprendan a conectarse con lo más auténtico de sus propios deseos y a enraizar allí sus proyectos.
- Que logren desarrollar una actitud responsable para con la realización de esos deseos y proyectos.
Esta perspectiva implica enseñarles a relacionarse intensa y comprometidamente con lo que decidan ser y vivir, y una disposición al esfuerzo para hacerse cargo de sus elecciones. Crecer es asumir la responsabilidad de cultivar aquello que haga falta para poner en práctica las propias elecciones.


Cuidados que expropian y debilitan

Para comprender todas las implicaciones de estas dos ideas, conviene tomar conciencia de que el viejo estilo de educación – muy vigente aún- se caracteriza por hacer lo contrario:
- En primer término, con frecuencia, el hijo/a es considerado como un proyecto de los padres, un proyecto que los continúa y trasciende, y no como una persona con destino deseos y posibilidades propias.
- En segundo lugar, es frecuente que se conciba al niño como un ser al que no le corresponde hacer esfuerzos ni asumir responsabilidades y esto suele extenderse hasta muy avanzada la adolescencia.
Creo, que en ambos casos, se equivoca el camino. En el primero impidiendo que el adolescente pueda elegir por cuenta propia ( o debilitando su grado de incidencia) y generando que proyecte, en su vida, elecciones ajenas. Y, en el segundo, exagerando la necesidad real del niño/a de ser protegido en tanto “pichón de ser humano” y no dando lugar así, al proceso de construcción progresiva de sus fuerzas y de su responsabilidad para su propia vida.
Esta manera “sobreprotectora! De encarar la paternidad resulta expropiatoria y debilita a nuestros hijos en el futuro. De lo que se trata es de decirles, cada vez menos, qué deben hacer o qué importa que hagan y, en cambio ayudarlos a pensar qué les importa a ellos, qué es lo que quieren hacer y cómo lograrlo. Lo nuevo es acompañarlos y estimularlos a pensar su vida y cada situación, mostrándoles las posibilidades y dificultades que no alcanzan a ver.
Usar nuestra experiencia de vida para ampliar sus miradas, no para reemplazarlas.
Se trata de ayudarlos a ver y a elegir, no de ordenar sus vidas. Al mostrarles cómo vemos el mundo – y no cómo el mundo es- habilitaremos otras miradas posibles y los invitaremos a mirar por sí mismos y a responsabilizarse por ese punto de vista.
Los padres seríamos, de esta forma, los aliados principales de nuestros hijos en el proceso de elegir su vida y de aprender a operar en ella. Pero el aliado –aunque sea el principal- no es el diseñador de la vida del otro: es sólo un asistente.

Leopoldo Kohon

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