El crecimiento emocional




La clave para ser emocionalmente adulto es aprender a reconocer, expresar, controlar y gobernar los sentimientos. No es una tarea fácil y en su juventud muy pocas personas están preparadas para ello.
Nuestra sociedad siente fobia hacia los sentimientos. Tenemos miedo de examinar y cambiar nuestras respuestas emocionales porque tenemos el malestar del dolor emocional. Eso simplemente significa que tenemos miedo de una parte de nosotros mismos, de nuestros sentimientos. A la mayoría de nosotros nos enseñaron desde muy temprana edad a no mostrar nuestras emociones, a esconderlas y a refrenarlas, con lo cual hemos terminado siendo adultos emocionalmente inmaduros.
Por supuesto los padres han de enseñar a sus hijos a controlar sus impulsos y a utilizar conductas apropiadas para satisfacer sus necesidades. Pero estas lecciones pueden ser enseñadas sin coartar la expresión de los sentimientos del niño.
Sólo recientemente hemos aprendido a valorar las emociones del niño. A saber consolarlo cuando se siente triste o herido. A permitirle que exprese su enfado y a enseñarle las formas de encauzarlo, en lugar de humillarlo, ridiculizarlo y avergonzarlo con castigos.
Por desgracia, la mayoría de los padres son adultos que también tuvieron que aprender a rechazar sus sentimientos cuando eran niños. Aprendieron a temer y a reprimir sus emociones y ahora transmiten esos miedos s sus hijos. Les transmiten los mismos mensajes de castigo que ellos recibieron cuando eran pequeños.
Padres impacientes y frustrados nos decían que no lloráramos, que no nos enfadáramos o al menos no demostrásemos que nos sentíamos heridos o tristes. Cuando eras niño ¿Cuántas veces te dijeron: deja de llorar, ¡no seas niño!? ¡Se un buen niño! ¿Se una buena niña!
La parte oculta de esos mensajes es: no sientas miedo, dolor, daño o enfado. Esconde tus sentimientos. Cuando demuestras esas emociones, eres una mala persona. Un mensaje enriquecedor sería el de enseñar a expresar y a comprender los sentimientos, en un entorno seguro y en el momento adecuado.
Para conseguir que los adultos nos amaran y nos aceptaran aprendimos a negar y a rechazar nuestras emociones. Algunos de nosotros fuimos física o verbalmente castigados cuando no lo hacíamos.
Aprendimos a insensibilizarnos cuando sentíamos emociones fuertes, especialmente las negativas, como la ira, el dolor, el miedo o la tristeza.
Esos mensajes recibidos se quedaron grabados en nuestras mentes y puede que pasemos el resto de nuestra vida adulta cincelándolos para apartarlos de nosotros.
Con mucha frecuencia, los comportamientos que aprendimos para sobrevivir cuando éramos niños, ya no nos sirven al llegar a la edad adulta. Si nuestras emociones fueron castigadas o ridiculizadas en lugar de ser valoradas y reconocidas, crecer emocionalmente puede convertirse en una ardua lucha que dura toda nuestra existencia.
La mayoría de los humanos del mundo civilizado no son emocionalmente maduros. Los antropólogos nos explican que ciertas tribus fomentan el desarrollo emocional de sus niños, como los bosquimanos en África o los indios senoi, que cada mañana escuchan con atención los mensajes recibidos en sueños, tanto de los niños como de los adultos. Es interesante observar que en estas sociedades primitivas, no existe el crimen ni ka enfermedad mental. En lugar de resistir, negar, combatir y evitar el dolor, los adultos debemos aprender a admitirlo, sentirlo y expresarlo. No importa cuánto nos resistamos al dolor, esa resistencia no va hacer que desaparezca, sólo vamos a lograr que nos haga más daño. Todas las emociones se hacen más fuertes cuando luchamos contra ellas. El rechazo y una actitud defensiva disminuyen nuestra fuerza para tratar los sentimientos y tan sólo consiguen que esos sentimientos dolorosos aumenten.
En el otro extremo se encuentran esas otras personas que están aprendiendo a reconocer sus emociones y van por ahí constantemente contando todo lo que sienten. Eso es algo temporal, es tan sólo una fase adolescente en el proceso de madurez.
La persona emocionalmente adulta aprende a determinar qué sentimientos tiene que expresar, la forma adecuada de compartirlos y con quién ha de hacerlo. También aprende a reconocer si esos sentimientos tienen importancia, si son una reacción visceral a un mensaje o a un miedo del pasado y cuándo indican una necesidad de solucionar un problema o de cambiar algo en su vida, algo que provoca emociones con las que es difícil seguir viviendo.
¿Te gustaría llegar a ser emocionalmente adulto?
¿Aprender a enfrentarte a tus miedos y dejar de vivir en un estado de ansiedad?
¿Aprender algunos métodos para controlar tu agresividad?
¿Convertir los sentimientos negativos en positivos?
¿Conseguir detener la depresión antes de que te domine y darle la vuelta convirtiéndola en su opuesto?
¿Liberarte del sentimiento de culpabilidad y de la vergüenza?
¿Reconocer sentimientos normales como la desilusión o la frustración, antes de que se conviertan en algo abrumador como la depresión o la cólera?
¿Perdonar a tus padres y a los demás, incluso a ti mismo, por no ser perfectos?
¿Comunicar tus sentimientos de forma positiva y sin violencia?
¿Aprender que el verdadero control procede de dentro hacia fuera, no de fuera hacia dentro?
¿Terminar la tarea comenzada por tus padres en el lugar donde ellos la dejaron?
¿Sentir y expresar amor y cariño hacia los demás?
¿Utilizar tus pensamientos para crear emociones positivas?
¿Ser más dichoso y feliz de lo que nunca has sido en tu vida?

El crecimiento emocional promete liberarnos de todas estas formas de dolor. No tienes por qué dejar que las mismas gobiernen tu vida más.

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