La indefensión aprendida
Para comprender la paralización que sufren las personas maltratadas, es útil conocer el principio de indefensión aprendida elaborado por el psicólogo Martín EP Seligman.
-en el 1975 este investigador realizó con la ayuda de perros un interesante experimento. En una primera fase, tomó dos animales a los que provocó descargas eléctricas simultáneas. Para evitar la molestia, uno de ellos podía tocar con el hocico una palanca y, con ello, interrumpir la corriente. Cuando lo hacía, amos perros dejaban de sentirla. Es decir, uno de ellos podía controlar la situación, pero el otro no.
La segunda fase la inició cuando el animal había aprendido a interrumpir el flujo eléctrico y a minimizar la molestia. Colocó a cada perro en una habitación separada en dos partes por una barrera y les envió descargas eléctricas que serían interrumpidas sólo por el animal que saltara la barrera.
Lo que Seligman observó fue que el perro había podido controlar el experimento anterior acercando el hocico a la palanca, al sentir la electricidad en su cuerpo cruzó al otro lado de la habitación. El que no había tenido la oportunidad de ejercer control alguno, en cambio, se dejó caer al suelo dando muestras de incomodidad antes las descargas sin buscar una posible solución. La conclusión es que había aprendido que no había forma de evitar la molestia, de ahí que se mostrara indefenso.
A partir de estas experiencias se ha comprobado que también los seres humanos reaccionan de manera similar a los perros de Seligman: si no pueden hacer nada por cambiar una situación dolorosa y prolongada, es muy probable que terminen por abandonarse a su suerte, que adopten una postura de indfensión que entren en un estado de depresión en el cual no hacen nada por cambiar su estado, ya que su experiencia les dice que eso es imposible. De esta manera ahorran esfuerzos y energía.
Es lo que ocurre en muchos casos de malos tratos y, sobre todo, en la violencia perversa: el agresor no quiere una reconciliación, no le interesa que las cosas vayan mejor o que la convivencia sea armoniosa; su objetivo es destruir al otro, de ahí que emprenda sus ataques a la víctima no ante cosas molestas que ésta pueda hacer, sino cuando le da la gana, cuando la ve tranquila, ya que disfruta con su sufrimiento y su desesperación. Una vez que el agredido ha aprendido que, haga lo que haga, siempre recibirá la humillación, descalificación o cualquier otra acción dolorosa por parte del perverso, cae en depresión; deja de luchar o de intentar evitar las agresiones porque ha aprendido, como el perro de Seligman, a estar indefenso.
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