Violencia familiar II
Agresión
Es la conducta mediante la cual la potencialidad agresiva se pone en acto. Las formas que adopta son disímiles: motoras, verbales, gestuales, posturales, etc. Dado que toda conducta es comunicación, lo esencial de la agresión, es que comunica un significado agresivo. Por lo tanto, tiene un origen (agresor) y un destino (agredido).
Según sea el objeto, puede tratarse de una autoagresión o de una heteroagresión: siempre existe una direccionalidad en la conducta agresiva.
Un golpe, un insulto, una mirada amenazante, un portazo, un silencio prolongado, una sonrisa irónica, la rotura de un objeto, para que puedan ser definidas como conductas agresivas deben cumplir con otro requisito: la intencionalidad, es decir, la intención, por parte del agresor, de ocasionar un daño.
Durante mucho tiempo, los investigadores de la conducta humana, retrasaron la comprensión del problema al tomar como punto de partida para el estudio de la agresión las investigaciones realizadas en el campo de la conducta animal, extendiendo luego las conclusiones a la esfera de lo humano. Como señala Montagu: 3
Las gentes que escriben tales libros, extraen sus pruebas de la ciencia de la conducta animal, llamada etología, y algunos de esos escritores, figuran entre los primeros etólogos del mundo. En muchos casos sus estudios, son cuidadosos y detallados, y constituyen grandes contribuciones a nuestro conocimiento sobre el modo en que se comportan sus sujetos. En la mayoría de los casos, no hay disputa en cuanto a la calidad de ese trabajo, ni en cuanto a su importancia. Hay un profundo desacuerdo, en cambio, respecto de las fáciles analogías que estos escritores han hecho entre genes y conducta de los peces, por una parte, y conducta de los seres humanos, por otra.
Una de las características de la conducta agresiva de los animales es que es predecible a partir del conocimiento de la configuración instintiva de cada especie. Por ejemplo, las aves reaccionan con agresión frente a la presencia de un objeto extraño que se acerca a su nido. El instinto de defensa de la territorialidad marca un camino que siempre será transitado en presencia de un estímulo que lo desencadene.
Ésta es una ley que no se verifica en el caso de los seres humanos: frente a un mismo estímulo, diferentes personas reaccionan de modos disímiles, y aun la misma persona, en circunstancias distintas, puede comportarse de maneras opuestas.
Desde diversos marcos conceptuales, se ha intentado dar cuenta de esta disparidad. Por ejemplo, la teoría psicoanalítica ha contribuido a discriminar los conceptos de instinto animal y pulsión humana, señalando que la pulsión (tanto agresiva como sexual), busca su objeto, pero no está ligada a ningún objeto fijo. De tal modo, las vicisitudes de cada recorrido pulsional dependerán de la constitución singular de cada sujeto.
Con la emergencia del paradigma cognitivo en psicología, comienza a echarse una nueva luz sobre estos fenómenos: el ser humano no reacciona frente a los estímulos, sino frente a la interpretación que hace de ellos. Es decir, para poder entender una conducta agresiva, al observador externo no le resulta suficiente conocer la situación donde tal conducta se produce; necesita saber cuál es el significado que el sujeto le adjudica a esa situación.
Muchas conductas agresivas resultan incomprensibles si sólo nos atenemos a los datos “objetivos” (por ejemplo, un hombre entra en su casa y comienza a proferir insultos y a romper objetos).
Durante mucho tiempo, se recurrió a la vaga noción de “conductas impulsivas”, lo cual implicaba adjudicar el origen de la conducta agresiva a la existencia de “impulsos”, categoría pobremente definida y que nos dejaba inermes, ya que tales determinantes provenientes de una epistemología esencialista, no ofrecen muchas perspectivas de cambio.
En vez de sostener que el ser humano tiene pulsiones agresivas o impulsos, podemos decir que lo específicamente humano es que el sujeto construye permanentemente su realidad, adjudicándole significados, en función de los cuales se estructuran sus conductas. Dado que los significados no son entidades estáticas e inmutables, el cambio es posible (aunque no siempre sea probable).
Generalmente se define a una persona que exhibe un repertorio habitual de conductas de heteroagresión como “agresiva”. Sucesivamente, se ha buscado la explicación de tales conductas en disfunciones cerebrales, en la configuración pulsional del sujeto o en los estímulos “provocadores” del medio.
Desde una perspectiva constructivista, en cambio, la explicación no es sencilla, ya que implica penetrar en la compleja red de significados que, desde su particular estilo cognitivo, cada persona ha ido atribuyendo a la realidad circundante.
Simplificando, podríamos decir que una persona “agresiva” es aquella que tiende a percibir los datos de la realidad como provocadores o amenazantes y, frente a tal construcción cognitiva, reacciona con conductas de ataque y defensa.
El hombre de nuestro ejemplo, entra en su casa insultando y rompiendo objetos en función de determinadas ideas o creencias, que a su vez, generan sentimientos de hostilidad. Tal vez haya estado elaborando cognitivamente sucesos de los últimos días que le ocasionaron sentimientos de frustración, llegando a conclusiones tales como “nadie me entiende, todos están en mi contra, nada me sale bien, si no me valoran es porque no valgo nada, quieren usarme y aprovecharse de mí, les voy a demostrar quien soy ... “. Como resulta obvio, un observador externo, no puede entender la conducta visible. Entonces se recurre a las simplificaciones: desde el conocimiento vulgar, se dice “está loco”; desde cierto discurso psicológico, tal vez se recurra a nociones tales como “débil control de los impulsos”, “estado de emoción violenta”, etcétera, que en realidad siguen sin explicar nada. Pero las conductas de agresión, no se vinculan sólo a significados individualmente organizados. El hecho de que muchas personas reaccionen agresivamente frente a circunstancias similares, nos remite a la existencia de significados culturalmente estructurados, que muchas veces adoptan la forma de mitos, prejuicios y creencias, compartidos por quienes pertenecen a una misma cultura o subcultura. Por ejemplo, las agresiones dirigidas hacia negros, homosexuales o judíos, se inscriben en el contexto de un sistema de creencias que incluye los prejuicios raciales y sexistas como premisas. Las a conducta emergente, resulta congruente con dicho sistema de creencias.
Significados cultural o individualmente construidos son elementos indispensables para la comprensión de la estructura de la conducta agresiva.
Maltrato a ancianos
Puede ser definido como todo acto que, por acción u omisión, provoque daño físico o psicológico a un anciano por parte de un miembro de la familia. Comprende agresiones físicas, tratamiento despectivo, descuido en la alimentación, el abrigo, los cuidados médicos, el abuso verbal, emotivo y financiero, la falta de atención, la intimidación, las amenazas, etcétera, por parte de los hijos u otros miembros de la familia.
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