Heridas de la niñez I


Katja era la mayor de tres hermanos. su madre, una mujer muy estricta y recalcitrante, la obligaba, utilizando un látigo, a someterse ciegamente y a hacer muchos más méritos de los que correspondían a una niña de su edad. Se daba por supuesto que Katja tenía que ser la mejor de la clase y, cuando traía notas que no se ajustaban a las previsiones de la madre, recibía una paliza.
Vivió bajo un constante temor a los reproches de su progenitora, que padecía frecuentes migrañas y otras dolencias de la que también hacía responsable a su hija mayor. Ella intentaba liberar a su madre de aquellos males. Además, tenía la obligación de atender a sus dos hermanas y, si estas no estaban en disposición de satisfacer las demandas maternas, Katja era castigada.
¿Cómo es posible que Katja pudiera desarrollar una inteligencia por encima de la media? ¿Cómo consiguió satisfacer hasta aquel punto las demandas de la madre y sobrevivir son acabar siendo una criminal? ¿Quién fue el testigo auxiliador en la vida de Katja? ¿El padre? No lo parece. Abusaba sexualmente de la más pequeña, era un hombre débil y murió de cáncer de pulmón cuando Katja tenía doce años. Desde entonces estuvo totalmente expuesta a la voluntad caprichosa madre. ¿Quién fue, entonces, la persona que la ayudó?
Durante mucho tiempo, Katja no pudo recordar a ningún adulto con quien hubiera experimentado otra cosa que no fuera disciplina y crueldad. Pero a los cincuenta añs volvió a encontrarse con una antigua compañera de juegos, la hija de la vecina, quien le dijo: Yo te he querido y admirado mucho. ¿Te acuerdas de nuestra asistenta, Nocile, que tanto te quería y te mimaba cuando tu madre no estaba? Intenta hacer un poco de memoria...

El apoyo de un adulto:
Katja constató con perplejidad que no guardaba el menor recuerdo de aquella asistenta. Sin embargo, esta mujer tuvo que haber desempeñado un papel muy importante en su vida porque, a pesar de los malos tratos infligidos por su madre, Katja se había convertido en una persona fuerte y merecedora de cariño. Alguien tuvo que apoyarla en su infancia, afirmarla en su forma de ser y quererla.

Sentimientos de culpa:
A pesar de sus méritos profesionales, la vida de Katja había sido un cúmulo de desgracias. Amó a un hombre que la engañó y se casó con otro que no la quería. El hijo que tuvo lo deseó, pero no fue capaz de amarlo como había anhelado. Nunca le pegó, pues bajo ningún concepto quería ser como su madre, pero tampoco estaba preparada para protegerlo de la crueldad de su marido.
La relación con su hijo estuvo marcada por sus propias vivencias. No sabía lo que siente un niño porque ella misma nunca se dio permiso para comprender lo que su madre le hizo sufrir de pequeña. Como no conocía sus sentimientos, tampoco reconocía los de su hijo, el cual dependía de lo que su madre conocía. Desde un principio sintió sobre todo compasión por el niño y se vió atormentada por vehementes sentimientos de culpa. Notaba lo infeliz que era su hijo y se sentía realmente desamparada.
Katja por lo tanto, repitió su propia suerte en la relación con su hijo. Como su madre, se preocupaba mucho por hacerlo todo correctamente, pero le faltaba el conocimiento que surge del primer vínculo positivo de un niño. Toda su vida, su matrimonio y la relación con su hijo estuvieron marcados por el autoreeproche.
De la misma manera que su madre le hacía responsable de todo lo malo que le sucedía a ella, al padre y a las hermanas, Katja se culpabilizó durante toda su vida de las desgracias de su marido y de su hijo. Su esposo supo aprovecharse de esta conducta, y así pudo atribuirle sentimientos que él había separado de sí mismo, como el desamparo, el miedo o la impotencia, Katja era como una esponja que absorbía todos estos sentimientos sin pedirse a sí misma cuentas por tener que cargar con la responsabilidad de elaborar las emociones de los demás.
Durante más de veinte años, Katja esperó poder cambiar algo actuando con bondad y comprensión, pero cuanto más amable se mostraba, más agresivo se volvia él porque la envidiaba por su complacencia. Ella descubrió todo esto mucho más tarde. Tras veinticinco años intentando ganarse a su marido, Katja sufrió fuertes pérdidas de sangre y tuvieron que extiparle el útero. Finalmente recurrió a la ayuda psicoterapúetica.
Entonces todavía no se percataba de que aún había soluciones para una mujer adulta como ella y de que habría podido separarse de su marido. En lugar de ello, intentó vivir con él sin provocarle estallidos de ira. Katja fue a ver a una psicoanalista y le prengutó como tenia que comportarse para poder vivir feliz con su marido, dado que ella era el motivo de su cólera. Creía que había algo en ella que no era bueno. La analista le respondió que no podía ayudarle a cambiar para complacer a su marido, para hacer que este se sintiera en paz. Le dijo que solo podía ayudarle a ser la mujer que era y a encontrar la valentía para vivir con la verdad.
Katja se sintió comprendida, pero al mismo tiempo le asustaba la idea de separarse de su marido. Sus sentimientos de culpa le impedian liberarse. Quería separarse de él y salvar así su vida porque su cuerpo le indicaba inequívocamente esta necesidad. Sin embargo, no podía dar ese paso. La niña que llevaba dentro tenía un miedo atroz que se acrecentaba aún más por las amenazas de su marido de quitarse la vida si lo abandonaba o al hablarle sencillamente de separación. Pero al final, y gracias al decisivo apoyo de la terapeuta, se produjo la ruptura.


Alice Miler
Psicóloga,especialista en infancia.
Socióloga y filósofa.
La madurez de Eva

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