Amor y trabajo



Cerró la puerta de la habitación y, nada más entrar, se quitó los zapatos y comenzó a desnudarse. Dejó al ropa sobre la enorme cama del confortable hotel que su empresa le había reservado y pensó que luego la colgaría en el armario. Estaba cansada, el día habia sido agotador, pero se sentía feliz; su trabajo no había podido ser más reconocido y elogiado.
Tras mirar un momento el paisaje urbano desde la gran ventana de la habitación, se dirigió al cuarto de baño y abrió el grifo de la bañera. Deseaba envolverse en el calor relajante del agua. Mientras la bañera se llenaba, cogió el móvil y realizó una llamada. A los pocos minutos, cortó la comunicación y se sumergió en el baño. Mientras su pie jugaba mecánicamente con el chorro de agua que emanaba del grifo, sentía cómo las lágrimas se deslizaban, espontánea y silenciosamtne, por sus mejillas. Su sensación de plenitud y felicidad había terminado. Había hablado con su marido. Marga encontro al otro lado del teléfono la respuesta habitual cada vez que viajaba: frialdad, desconfianza y demandas.
Desde que su carrera profesional había ido evolucionando y las necesidades laborales le exigían estar fuera de casa más tiempo del que Juan consideraba oportuno, su vida familiar se iba deteriorando, día a día, a pasos agigantados. Y eso a pesar de que ella hacía lo imposible para llevarlo todo adelante, sin desatender a nadie.
Le angustiaba pensar que se acercaba el momento de elegir entre la felicidad en la pareja o la realización en el trabajo y, al mismo tiempo, se rebelaba antes esta idea. Le parecía absurdo e injusto tener que condenarse a esta elección. ¿Por qué ella no podía tener ambas cosas? ¿Por qué el podia permitirselo y ella no? Parecía que, aunque su trabajo no le demandara una cantidad de tiempo desmesurada, el éxito en ambos ámbitos esta incomparable.
En ese instante, recordó las palabras que le había dicho alguien de la empresa cuando la ascendieron a directora de marketing: Bienvenida al club, lástima que el precio que deberás pagar será el de perder a tu pareja, también recordo su sonrisa como única respuesta, sin decir nada más. Y es que estaba convencida de que esa predicción jamás se cumpliria entre ella y Juan, pues su relación era envidiable, casi perfecta.
Pero pasado un tiempo, comprobó que su colega tenía razón. Llegaron las primeras peleas, las observaciones irónicas que luego se transformaron en descalificadoras, la desconfianza y, lo peor, su permanente sensación o, mejor dicho, obligación, de tener que dar explicaciones, de tener que llamar por teléfono nada más llegar al hotel para dejar claro a que hora habia llegado y de sentirse culpable si no cumplía con estos rituales de control.
Marga no podía comprender cómo había podido pasarles a ellos algo así, una transformación tan radical, y le vino a la memoria una frase que una vez escuchó decir a Jorge Bucay ¿Cuántas veces hay que pegarle a un gato en la cabeza para que se transforme en perro?. La repuesta es simple: es imposible, ni dándole mil veces lo consiguiríamos.
Recordó también algo que solía decir Sherlock Holmes "Cuando descartas la posibilidad, el resto por improbable que parezca, es la verdad". Y, de repente halló la respuesta a su pregunta ¡el perro nunca había sido gato, siempre habia sido perro, y ella no se había dado cuenta! Su pareja nunca había sido sólida lo parecía porque jamás se había enfrentado a circunstancias que pusieran a prueba su solidez. Sólo mientras ella renunciase a todo lo necesario, incluida a sí misma, todo iría bien.
Y así descubrió lo que ella resultó ser desnuda y, en ese momento, agria realidad. No es verdad el hecho de que una mujer necesariamente deba elegir entre el éxito en el trabajo o el éxito en la pareja. Lo que la mujer debe saber elegir es una buena pareja. Una pareja que la acompañe, que la ame, que disfrute y se enorgullezca de sus logros. Desde este punto de partida, todo es posible.


Julia Atanasopulo- Psicóloga Directora del Centro Andaluz de Psicoterápia.
Mente Sana

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