¿Cómo cuido del yo, del tú y del nosotros? II
¿Y cómo consigues hacer caso del tú – inquirió el hombre- en un minuto?
Animando a ese tú (que es el yo que vive dentro de ti) para que veas que tú y yo somos parecidos. Tú también necesitas hacer un buen caso de ti mismo. Yo te invito a tomarte un minuto para detenerte y hacerte a ti mismo la misma pregunta en silencio: ¿Existe, ahora mismo, una manera mejor de cuidar de mí mismo?
Porque tú, que también llevas dentro tu propia respuesta- concluyó el Tío- también mereces un buen cuidado.
Y el hombre preguntó:
¿Y cómo cuidas de nosotros?
Invitando a casa a cada uno de nosotros a tomarse el tiempo necesario para preguntarnos calladamente. ¿Estoy pidiéndole a la otra parte de nuestra relación que haga lo que es imposible ( cuidar bien de mí) en vez de procurar que cada cual haga buen caso de sí mismo, lo cual premitiría que todos juntos tuviéramos una relación mejor?
El Tío percibió la duda de su interlocutor:
Una cosa tan sencilla, ¿Cómo puede tener tanta fuerza?
Porque ese simple y breve minuto durante el cual considero y reflexiono sobre mi conducta o mis ideas, me conduce a algo muy poderoso.
Me lleva hacia dentro de mí mismo, a escuchar mi propia sabiduría –replicó el Tío.
Tomarme un minuto varias veces al día para detenerme y contemplar lo que estoy haciendo es como conducir por la ciudad y detenerse delante de los semáforos en rojo. Esos semáforos me ayudan a llegar con seguridad a mi destino.
El hombre había comprendido:
Así que, al frenar y mirar, evitas chocar con algo y hacerte daño.
Sí- dijo el Tío. Me detengo, miro y veo que tengo una opción: seguir adelante, o cambiar de dirección, o cualquier otra cosa que juzgue mejor para mí.
Y además, así es menos probable que choque y haga daño a otros que pueden haber llegado al mismo cruce donde estoy – continuó el Tío- Eso me ayuda a cuidar de mí mismo y también de los demás.
Tomarme un minuto para mí mismo, cuando me acuerdo de hacerlo, ha sido de un valor incalculable para mí – concluyó el Tío- Encuentro la solución dentro de mí, casi siempre.
En realidad,. Todos sabemos lo que es mejor para nosotros, basta que nos detengamos el tiempo necesario para verlo.
¿Te molestaría si tomo algunas notas?
Y apuntó lo mejor de lo que acababa de escuchar.
El Tío empezó a explicarse en detalle.
Empecemos por el principio, que es cómo cuidar de nosotros. Ya verás cómo lo uno se superpone a lo otro hasta que se alcanza el equilibrio.
El hombre preguntó:
¿Y qué haces entonces?
El qué hacer es la parte más fácil –contestó el Tío- Una vez adoptado el compromiso de hacer algo todos los días para cuidar de mí mismo, encuentro numerosas maneras de ponerlo en práctica. Basta con que recuerde hacer caso de mí mismo tan bien y tan a menudo como hago con otras personas.
De cualquier manera, cuando hago algo para mí mismo me siento atendido y eso me hace feliz.
Lo que hagas tú para cuidar de ti mismo posiblemente será distinto de lo que yo hago. En realidad, querido sobrino, parte de la satisfacción que proporciona el hacer caso de ti mismo consiste en descubrir qué cosas son las que te agradan en exclusiva.
Lo que hago para cuidar de mí mismo, puede ser diferente de una semana a otra. Pero, por lo general, siempre empieza de la misma manera.
Primero me tomo ese minuto extra, en medio de la jornada, para detenerme y preguntarme ¿Existe para mí, en este instante, una manera mejor de cuidar de mí mismo?
Lo que haga a continuación dependerá de lo que estuviese haciendo o pensando cuando me formulé la pregunta. Por lo común, conduce a un cambio en mi comportamiento o en mis ideas.
El hombre preguntó entonces:
Tío ¿no podrías darme algún ejemplo concreto de cómo cuidas de ti mismo?
Verás – dijo el Tío. Recuerdo que me di cuenta de que no tenía bastante tiempo para mí mismo en todo el día.
Mientras daba vueltas a mi resentimiento por ello, hice un alto durante un minuto. Lo pensé en silencio durante ese rato, y entonces decidí que, en vez de estar resentido, podía levntarme una hora más temprano todos los días, y entonces esa sería mi hora, para disponer como quisiera en cualquier momento del día.
El Tío sonrió y, tras una pausa, continuó:
Pero recuerdo que, la primera mañana que lo intenté, estaba fatigado y no tenía ganas de levantarme. Entonces me pregunté, medio adormilado. ¿No existirá alguna manera mejor?
Decidí levantarme solo un cuarto de hora antes, pero adelantando otro cuarto de hora cada semana durante cuatro semanas. Al cabo del mes, tuve aquella hora extra diaria para mí mismo.
¿Qué hacías durante esa hora? Preguntó el hombre
No has entendido la cuestión – dijo el Tío- No importa, mientras, estuviera consciente de que estaba haciendo algo para cuidar de mí mismo. Eso era lo importante.
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