
Uno de los equívocos de la sociedad actual es pensar que los seres humanos tenemos la obligación de ser felices todos los días del año. El culto a la ligereza y el optimismo hace que, en algunos casos, el más leve síntoma de desánimo sea combatido incluso con fármacos antidepresivos, que ahogan el síntoma y no nos permiten ver la causa, donde está la raíz de la curación.
¿Y si la infelicidad fuera un estado natural y necesario?
Cristina Llagostera lo plantea en los siguientes términos:
Reivindico la importancia de otros estados más desagradables, como son la insatisfacción o el malestar. La idea es: sin desequilibrio no hay avance, si siempre fuéramos felices no progresaríamos. Por eso es preciso aprender a vivir los síntomas o la insatisfacción de manera útil, para que puedan conducirnos a un nuevo orden, un nuevo equilibrio. A veces buscar únicamente la felicidad puede ser la mejor manera de no encontrarla.
Por consiguiente, podemos considerar nuestro estado de ánimo actual como un barómetro que nos señala donde estamos y qué cambios debemos introducir en nuestra existencia. La infelicidad, es este sentido, es una fiebre espiritual que nos invita a movilizar nuestros recursos para restablecer el equilibrio y entrar en una etapa más evolucionada.
Al mal viento, buena vela
Puesto que la vida no siempre es una balsa de aceite, un último requisito para la felicidad es aprender a navegar en medio de la tormenta. Hay días en que, sin razón aparente, todo el mundo parece enfadarse con nosotros y cualquier cosa que hagamos sale mal ¿Qué hace entonces?
Además de recordar que no hay un día que dure más de 24 horas, cuando todo a nuestro alrededor se tambalea, es el momento de izar nuestra curca salvadora: la sonrisa. Esta es la vela de la que dispone el alma para surcar las dificultades hasta llegar nuevamente a aguas tranquilas.
La felicidad tiene muchos ingredientes, pero hay dos que no pueden faltar y comparten buena parte de sus letras: el amor y el humor. Amor a los demás y a uno mismo y humor para observar creativamente nuestros problemas.
Cualquier vivencia que cocinemos con estos dos condimentos nos dejará buen sabor de boca.
Francesc Miralles.
Cuerpo y Mente
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