La culpa
La herencia invisible
Liliana admiraba la desenvoltura y el equilibrio de Rosa, e intentaba contagiarse de ello.
A su lado, sus culpas se volvían más ligeras pues, cuando las compartía con su amiga, conseguía que le pesaran menos, Pero lo que Liliana no lograba entender era por qué su amiga se manejaba tan bien con la culpa y a ella, en cambio, le costaba tanto.
Tal vez, en tu caso, podría tratarse de un sentimiento de culpabilidad heredado- le insinuó Rosa un día.
¿Una culpa heredada? ¿De quién?
De tus padres, de tus abuelos o de algún otro familiar o antepasado tuyo.
Pues ya podrían haberme dejado en herencia un pisito o una cuenta en el banco –ironizó Liliana.
El comentario de Rosa era muy serio. A veces, cuando alguien ha tenido que ocultar o callar una culpa muy grande- o se ha desentendido por completo de ella- alguien de la familia pasa a hacerse cargo de esa culpa, ya que esta sigue latiendo de manera inconsciente en la memoria emocional del grupo hasta que, algún día, sale a la luz y es reconocida. Y es que los sentimientos muy fuertes nos e diluyen, sino que se recolocan hasta que son, por fin, reconocidos.
Indagando en nuestra historia familiar: podemos descubrir si la culpa es un sentimiento importante o si está muy presente en nuestra familia. De ser así, sentirnos culpables puede vincularnos más fuertemente a los nuestros. La necesidad de pertenecer y de ser amados en un núcleo familiar es innata y fundamental, y podemos obtener ese sentimiento de pertenencia tanto desde la alegría y el reconocimiento como desde el dolor y la culpa. De hecho, ambas son formas de amor y de lealtad a los nuestros, y, en nuestra conciencia, cualquiera de ellas vale para hacernos sentir miembros de pleno derecho de nuestro grupo familiar.
No creo que este se mi caso, Rosa – sentenció Liliana. Mi madre jamás se siente culpable de nada. Para ella, la culpa es, sencillamente, algo que no existe.
Pues puede que la razón esté justo allí –aventuró Rosas. Es posible que, para compensar, tú estés tomando las culpas de tu madre, que no te corresponde.
Liliana se quedó algo intrigada. Tal vez Rosa le estaba dando la clave para desentrañar su relación con la culpa y, tirando del hilo podría comenzar a soltar ese lastre.
Porque, si algo está claro, es que Liliana no es de esas personas que se culpan de todo para que los demás se compadezcan de ella.
Liliana lo pasa realmente mal y es la primera que desea resolver la situación, sea como sea, para poder sentirse mejor.
Cuando nos responsabilizamos de todo a los demás.
Si autoinculparnos por sistema como sucede a Liliana, es dañino, también lo es el extremo opuesto: culpar a los demás de cualquier fallo, adversidad o contratiempo. Echar las culpas al prójimo nos convierte en acusadores y jueces, genera tensión y desconfianza y, además, enrarece todas nuestras relaciones.
Este es el caso de Manu, uno de los compañeros de trabajo de Rosa. Al contrario que Liliana, Manu es de los que levanta el dedo acusador por sistema. Directa o indirectamente, busca culpables al menor contratiempo; cuando algo no sale según lo que estaba previsto o era deseado, siempre acaba echando la responsabilidad al otro. “Qué mal repartido está el mundo" Piensa Rosa.
“Liliana tiene una especie de imán para atraer todas las culpas y Manu, en cambio, se las endosa al primero que encuentra!
Aunque no lo verbalice, Manu siempre tiene en mente la frase “Ha sido culpa tuya” y así lo da a entender con sus expresiones y gestos o mediante sus insinuaciones y reproches continuos. Cada vez que las cosas se tuercen y se siente frustrado o contrariado, en lugar de admitirlo honestamente, como sería recomendable, se desahoga echando las culpas a los demás.
Culpar al prójimo es la forma que Manu ha encontrado para descargar la rabia y el dolor cuando estos sentimientos los superan.
Manu rehuye asumir cualquier tipo de error, penalidad o contratiempo. Seguramente, el malestar representa una carga excesiva para su maltrecha autoestima y, cuando este lo sobrepasa, le resulta mucho más cómodo señalar hacia fuera que indagar en sus propios sentimientos o responsabilidades.
En la oficina, ya hace tiempo que conocen a Manu, y aunque preferirían que fuera de otro modo, lo toleran bastante bien. En el fondo, es una buena persona, un buen compañero y un buen profesional. No es de esas personas que utilizan la culpa para dominar, controlar o manipular a quienes lo rodean. No solo hace bien su trabajo, también está siempre dispuesto a echar una mano cuando es necesario. Manu, simplemente, carece de una cuantas habilidades emocionales que son básicas.
Gracias, querido- le dice Rosa a veces-
Eres la persona más generosa que conozco repartiendo culpas.
Con su fina ironía, acompañada de una gran ternura de fondo, consigue a menudo que Manu suavice su tono y cambie de tercio. Y es que Rosa es un buen espejo donde pueden mirarse tanto Liliana como Manu para aprender a liberarse de sus respectivas adicciones a culparse y a culpar a los otros.
A diferencia de ellos, Rosa se maneja bastante bien con la culpa, tanto si es propia como ajena. Es capaz de decir abiertamente y cuando es precios. Ha sido culpa mía”, con sencillez y humildad, sin venirse abajo ni humillarse. En cambio, se abstiene de buscar y señalar culpables cuando la responsabilidad es de otros. Sabe perfectamente que todos nos equivocamos y que lo sabio no solo es rectificar, sino también aprender del error.
Dejar de ser juez y parte
Algo que a Rosa le funciona muy bien, es hacer un uso mesurado de la palabra culpa. Ni abusa de ella, ni la ha eliminado por completo de su vocabulario. Sabe que no es conveniente recrearse en este sentimiento y, asimismo, es consciente de que la culpa, por el hecho de evitarla, negarla o sustituirla por otras palabras con una connotación menos negativa – como responsabilidad- no desaparece automáticamente. A veces creemos que los sentimientos que nos e nombran no existen, pero no es así. Aunque no se verbalice, el sentimiento de culpa existe, y es bueno que así sea porque, bien llevado, puede cumplir algunas funciones importantes.
La culpa nos quede ayudar a desarrollar nuestra capacidad de empatía, compasión y consideración hacia los otros, a ser más humildes y tolerantes con los propios errores y los de los demás; también puede ayudarnos a cuestionar nuestros actos, a repararlos, en la medida de lo posible; de igual modo, la culpa puede servirnos para emprender proyectos de mejora..
De lo que no cabe la menor duda es de que, normalmente, este sentimiento resulta desagradable y puede ser muy poderoso y condicionar fuertemente nuestra vida y nuestras relaciones. De ahí la gran importancia de aprender a manejarlo y saber elaborar adecuadamente. Si lo conseguimos, este sentimiento puede convertirse en un buen aliado de cara a nuestro crecimiento, madurez y transformación personal.
Eva Bach- Mente Sana
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