Cultiva la empatía I


Del mismo modo que un instrumento de cuerda vibra por sí mismo en contacto con otros sonidos los seres humanos tenemos la capacidad de entrar en resonancia con otras personas. Los bebés recién nacidos a menudo lloran cuando tienen al lado otro bebé que lloriquea y, de hecho, todos nos hemos sentido en alguna ocasión contagiados por una emoción ajena. Quizá nos ha invadido un sentimiento de profunda tristeza al hablar con alguien que está sufriendo, o hemos vibrado con alegría al celebrar el triumfo de un amigo. En ocasiones, tan sólo hace falta conocer una historia impactante o dolorosa para que se despierten intensas emociones.

Solemos pensar que vivimos como individuos separados aislados, cuando en realidad nuestras fronteras son mucho más permeables de lo que creemos. Constantemente nos vemos influenciados por las vivencias, emociones, estados de ánimo o pensamientos de los demás, que llegan a nosotros como ondas con las que entramos en resonancia.
Llamamos empatía a esta capacidad instintiva y natural de entrar en sintonía con una realidad ajena. Pero también a la habilidad de comprender los sentimientos y puntos de vista de otras personas, llegando a identificarse con ellas. Al tratarse de una habilidad, por lo tanto, uno puede desarrollarla y utilizarla en su vida, o por el contrario descuidarla.
Empatía deriva de la voz griega empatheia, que significa sentir dentro. Cuando utilizamos esta capacidad para ponernos en la piel del otro, para acercarnos a sentir lo que otra persona siente, se convierte en un vehículo magnífico para mejorar las relaciones. Ayuda a resolver conflictos, amplifica nuestra comprensión y permite conectar con la realidad de otro ser humano.

Cerrarse como opción
Si nuestra naturaleza esencial es ser empáticos, es decir, sentirnos influenciados por lo que viven quienes tenemos alrededor ¿por qué hay personas que muestran más esta capacidad? ¿O por qué, en ocasiones, nos cuesta tanto entender a los demás?
Lo cierto es que, aunque todos nacemos con esta especie de radar, a menudo bloqueamos la información que nos aporta. Así como podemos hacer cosas para abrir y establecer esta conexión con los demás, también tenemos formas de cerrarnos. Basta con observar lo que ocurre cuando una persona se encentra con otra por la que ese momento siente ampatía o rechazo: su cuerpo se cierra se protege y se tensa, e incluso la respiración cambia para mantenerse más superficial. Si, por el contrario, nos hallamos antes una persona con quién nos une una mutua simpatía, nos mostramos más relajados, más abiertos y, por lo tanto, más dispuestos al intercambio.
Aunque conocemos el dolor que implica no sentirse aceptado o escuchado, a menudo tendemos a juzgar antes que intentar comprender a los demás, y ésa es otra forma de cerrarse. La primera reacción cuando alguien dice algo pensar: Tiene razón o se equivoca. Son pocas las veces que nos permitimos ir más allá, y entender el sentido que tienen esas palabras para esas persona, desde su punto de vista y no desde el nuestro.


Cristina Llagostera

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