Los límites de la cólera y el perdón
Bajo la tutela de la Mujer Salvaje recuperamos lo antiguo, lo intuitivo y lo apasionado. Cuando nuestras vidas son un reflejo de la suya, nuestra conducta es coherente. Terminamos las cosas o aprendemos a hacerlo en caso de que todavía no sepamos cómo. Damos los pasos necesarios para manifestar nuestras ideas al mundo. Recuperamos la concentración cuando la perdemos, cuidamos los ritmos personales, nos acercamos más a los amigos y los compañeros que están de acuerdo con los ritmos salvajes e integrales. Elegimos relaciones que alimentan nuestra vida creativa e instintiva. Nos inclinamos para alimentar a los demás. Y estamos dispuestas, en caso necesario, a enseñar a nuestras parejas receptivas lo que son los ritmos salvajes.
Pero este arte tiene otra faceta que consiste en saber afrontar algo que sólo puede llamarse la cólera femenina. Es necesario liberar esta furia. En cuanto las mujeres recuerden los orígenes de su cólera, piensan que jamás podrán dejar de rechinar los dientes. Pero, paradójicamente, también experimentamos el vehemente deseo de dispersar nuestra cólera y acabar con ella. Es como un pequeño desecho tóxico; está ahí, nadie lo quiere, pero apenas hay lugares donde eliminarlo. Tenemos que desplazarnos muy lejos para encontrar un cementerio.
La justa colera
El hecho de ofrecer la otra mejilla, es decir, de guardar silencio en presencia de la injusticia o de los malos tratos, se tiene que sopesar cuidadosamente. Una cosa es utilizar la resistencia pasiva como herramienta política tal como Gandhi enseñó a hacer a las masas, y otra muy distinta que se anime u obligue a las mujeres a guardar silencio para poder sobrevivir a una situación insoportable de corrupción o de injusto poder en la familia, la comunidad o el mundo. Las mujeres sufren la amputación de la naturaleza salvaje y su silencio no obedece a la serenidad sino que es una enorme defensa para evitar unos daños. Se equivocan quienes piensan que el hecho de que una mujer guarde silencio significa siempre que ésta aprueba la vida tal como es.
Hay veces que resulta absolutamente necesario dar rienda suelta a una cólera capaz de sacudir el cielo. Hay un momento –aunque tales ocasiones no abunden demasiado, siempre hay un momento— en que una tiene que soltar toda la artillería que lleva dentro. y debe de hacerlo en respuesta a una grave ofensa muy grande contra el alma o el espíritu.
Muchas mujeres son tan sensibles como la arena a la ola, los arboles a la cualidad del aire, la loba a la presencia de otra criatura en su territorio a más de un kilometro de distancia. El espléndido don de estas mujeres es el de ver, oír, sentir, recibir y transmitir imágenes, ideas y sentimientos con la celeridad de un rayo. Casi todas las mujeres pueden percibir el más mínimo cambio de humor de otra persona, pueden leer rostros y cuerpos –con eso que llama intuición— y, por medio de un sinfín de minúsculas claves que se unen para facilitarle información, adivinar lo que encierran las mentes. Para utilizar estos dones salvajes, las mujeres tienen que permanecer abiertas a todo. Sin embargo, esta misma apertura hace que sus limites sean vulnerables y las deja expuestas a las lesiones del espíritu.
Una mujer puede llevar dentro un tipo de furia desencadenada que la induzca a atormentar constantemente a los demás o a utilizar la frialdad a modo de anestesia o pronunciar dulces palabras que es el fondo pretenden castigar o humillar a los demás. Puede imponer su propia voluntad a los que dependen de ella o puede amenazarlos con el término de la relación o la retirada del afecto. Puede abstenerse de hacer una alabanza o de reconocer el mérito de alguien y comportarse en general como si tuviera los instintos heridos. Está demostrado que la psique de la persona que trata a los demás de esta manera se encuentra bajo los efectos de un fuerte ataque de un demonio que le está haciendo exactamente lo mismo a ella.
Por regla general, los lobos evitan los enfrentamientos, pero, cuando tienen que defender su territorio o cuando algo o alguien los acosa o los acorrala sin cesar, estallan con la impresionante fuerza que les es propia. Ocurre muy raras veces, pero la capacidad de expresar su cólera figura en su repertorio y también tendría que figurar en el nuestro.
En su psique instintiva la mujer tiene la capacidad de enfurecerse en grado considerable cuando se la provoca y no cabe duda de que eso es un poder. La cólera es uno de los medios innatos que ella posee para desarrollar una actividad creativa y poder conservar los equilibrios que más aprecia, todo aquello que ama verdaderamente. No sólo es un derecho sino que, en determinados momentos y en ciertas circunstancias, constituye para ella un deber moral.
Los decansos
Hemos visto por tanto que nuestro propósito es convertir la rabia en un fuego que cocina cosas y no en el fuego de una conflagración. Hemos visto también que la tarea de la cólera no se puede completar sin el ritual del perdón. Hemos dicho que la cólera de las mujeres deriva a menudo de la situación de su familia originaria, de la cultura que la rodea y, a veces, de un trauma sufrido en la edad adulta. Sin embargo, cualquiera que sea la fuente de la cólera, algo tiene que ocurrir para que la mujer la identifique, la bendiga, la reprima y la libere.
Las mujeres torturadas desarrollan a menudo una deslumbradora capacidad de percepción de una profundidad y anchura impresionantes. Aunque yo no quisiera que nadie fuera torturado para poder aprender las entradas y salidas secretas del inconsciente, no cabe duda de que el hecho de haber sufrido una fuerte represión da lugar a la aparición de unas dotes que consuelan y protegen.
En este sentido, una mujer que ha vivido una existencia torturada y ha ahondado exhaustivamente en ella adquiere una inestimable profundidad. Aunque llegue a ella a través del dolor, si cumple la dura tarea de aferrarse a la conciencia, llegara a alcanzar una honda y floreciente vida espiritual y una ardiente confianza en sí misma cualesquiera que sean las vacilaciones ocasionales del ego.
Un cuerpo que ha vivido mucho tiempo acumula escombros. Es algo inevitable. Pero si una mujer regresa a la naturaleza instintiva en lugar de hundirse en la amargura, revivirá y renacerá. Cada año nacen lobeznos. Suelen ser unas criaturitas de ojos adormilados con el oscuro pelaje cubierto de tierra y paja que no paran de gimotear, pero que inmediatamente espabilan y se muestran juguetonas y encantadoras y sólo quieren estar cerca y recibir mimos. Quieren jugar, quieren crecer. La mujer que regresa a la naturaleza instintiva y creativa volverá a la vida. Sentirá deseos de jugar. Seguirá queriendo crecer tanto en profundidad como en anchura. Pero primero ha de tener lugar una purificación.
Los descansos son símbolos que conmemoran una muerte. Allí mismo, justo en aquel lugar, el viaje de alguien por la vida se interrumpió inesperadamente. Hubo un accidente de trafico o alguien que caminaba por el camino murió de insolación o se produjo una reyerta. Ocurrió algo que altero para siempre la vida de aquella persona y de otros. Y es muy común ver en las carreteras este tipo de descansos, donde alguien murió de manera inesperada, y se pueden ver las cruces a lo lejos y que están agrupadas en dos tres o hasta cinco, con el nombre de la persona que ahí descansa y hechas de madera o de metal, a veces con solo dos palos atados con un pedazo de cuerda y clavados en el suelo, a veces en lugares mas escarpados, la cruz suele estar pintada en una roca de grandes dimensiones al lado del camino. Lugares de descanso que también tienen sus ofrendas, imágenes, con flores naturales o artificiales.
A continuación, la invito a hacer descansos, a sentarse con el itinerario de su vida y a preguntarse ¿Dónde están las cruces? ¿Dónde están los lugares que hay que recordar, los hay que bendecir?. Todos ellos tienen unos significados que se han incorporado a su vida actual. Hay que recordarlos, pero hay que olvidarlos al mismo tiempo. Para eso hace falta tiempo. Y paciencia.
Debemos ser amables con nosotras mismas y dar descanso a los aspectos de nuestra persona que se dirigían a algún lugar pero jamas llegaron a él. Los descansos marcan el lugar de la muerte, los momentos oscuros, pero son también billetes amorosos para el propio sufrimiento. Son transformativos. Nunca insistiré demasiado en la conveniencia de clavar las cosas en la tierra para que no nos sigan dondequiera que vayamos. Nunca insistiré demasiado en la conveniencia de enterrarlas.
El insitinto y colera heridos
Las mujeres (y los hombres) tienden a dar por terminados los acontecimientos pasados diciendo Yo, él, ella, ellos, hicieron lo que pudieron. Pero el hecho de decir: hicieron lo que pudieron, no equivale a perdonar. Aunque fuera cierta, esta perentoria afirmación excluye la posibilidad de sanar. Es algo así como aplicar un torniquete por encima de una profunda herida. Dejar el torniquete más allá de un determinado periodo de tiempo provoca gangrena por falta de circulación. El hecho de reprimir la cólera y el dolor no sirve de nada.
Tal comportamiento no suele deberse a la timidez o a la introversión sino a una excesiva consideración hacia los demás, a un exagerado esfuerzo por ser amable en perjuicio propio y a una insuficiente actuación dictada por el alma. El alma salvaje sabe cuándo y cómo actuar, hasta que la mujer la escuche. La reacción adecuada se compone de perspicacia y de una adecuada cantidad de compasión y fuerza debidamente mezcladas. El instinto herido ha de curarse practicando la imposición de unos sólidos limites y practicando el ofrecimiento de unas firmes y, a ser posible, generosas respuestas que no cedan, sin embargo, a la tentación de la debilidad.
Una mujer puede tener dificultades en dar rienda suelta a su cólera incluso si esa supresión resulta perjudicial para su vida, incluso en el caso de que ello la obligue a revivir obsesivamente unos acontecimientos de años atrás con la misma fuerza que si hubieran ocurrido la víspera. Insistir en hablar de un trauma y hacerlo con gran intensidad a lo largo de un determinado periodo de tiempo es muy importante para la curación. Pero, al final, todas las heridas se tienen que suturar y debe dejarse que se conviertan en tejido cicatrical.
La persistenia de la antigua colera
En caso de que la cólera vuelva a convertirse en un obstáculo para el pensamiento y la acción creativa, conviene suavizarla o modificarla. En las mujeres que se han pasado un considerable periodo de tiempo superando un trauma, tanto si éste se debió a la crueldad, el olvido, la falta de respeto, la temeridad, la arrogancia o la ignorancia de alguien como si se debió simplemente al destino, llega un momento en que hay que perdonar para que la psique pueda liberarse y recuperar su estado normal de paz y serenidad.
Cuando una mujer tiene dificultades para dar rienda suelta a la cólera o la rabia, ello suele deberse a que utiliza la cólera para fortalecerse. Y, si bien tal cosa pudo haber sido oportuna al principio, más tarde la mujer tiene que andarse con cuidado, pues una cólera permanente es un fuego que acaba quemando su energía primaria. La persistencia en dicho estado es algo así como pasar vertiginosamente por la vida y tratar de vivir una existencia equilibrada pisando el acelerador hasta el fondo.
Al cabo de algún tiempo, la cólera arde hasta alcanzar unas temperaturas extremadamente altas, contamina nuestras ideas con su negro humo y obstruye otras maneras de ver y comprender.
Aunque una profunda purificación elimina buena parte del antiguo dolor y la antigua cólera, el residuo jamas se puede borrar por completo. Tiene que dejar unas ligeras cenizas, no un fuego devorador. Por consiguiente, la limpieza de la cólera residual debe convertirse en un ritual higiénico periódico que nos libere, pues el hecho de llevar la antigua cólera más allá del extremo hasta el que nos podía ser útil equivale a experimentar una constante ansiedad, por más que nosotras no seamos conscientes de ella.
Pero hay un medio de salir de esta situación y este medio es el perdón.
ah, ¿el perdón?, dices. Cualquier cosa menos el perdón, ¿verdad? Sin embargo, tú sabes en lo más hondo de tu corazón que algún día, en algún momento, llegarás a ello. Puede que no ocurra hasta el momento de la muerte, pero ocurrirá. Piensa en lo siguiente: muchas personas tienen dificultades para conceder el perdón por que les han enseñado que se trata de un acto singular que hay que completar en una sola sesión. Pero no es así. El perdón tiene muchas capas y muchas estaciones. En nuestra cultura se tiene la idea de que el perdón ha de ser al ciento por ciento. O todo o nada. También se nos enseña que perdonar significa pasar por alto, comportarse como si algo no hubiera ocurrido. Tampoco es eso.
Lo más importante del perdón es empezar y continuar. El cumplimiento es una tarea de toda la vida. Tienes todo el resto de la vida para seguir trabajando en el porcentaje menor. Está claro que, si pudiéramos comprenderlo todo, todo se podría perdonar. Pero la mayoría de la gente necesita permanecer mucho tiempo en el baño alquímico para llegar a eso. No importa, contamos con la sanadora y, por consiguiente, tenemos la paciencia necesaria para cumplir la tarea.
La vieja curandera de la psique comprende la naturaleza humana con todas sus debilidades y otorga el perdón siempre y cuando se le diga la pura verdad. Y no sólo concede una segunda oportunidad sino que muy a menudo concede varias oportunidades.
Las cuatro fases del perdón
1. Apartarse – Dejar de correr
2. Tolerar – Abstenerse de castigar
3. Olvidar – Arrancar del recuerdo, no pensar
4. Perdonar – Dar por pagada la deuda
Apartarse
Para poder empezar a perdonar, es bueno apartarse durante algún tiempo, es decir, dejar de pensar algún tiempo en aquella persona o acontecimiento. Eso no significa dejar algo por hacer sino más bien tomarse unas vacaciones. Eso evita que nos agotemos y nos permite fortalecernos de otra manera y disfrutar de otras felicidades en nuestra vida.
Apartarse quiere decir ponerse de nuevo a tejer, a escribir, ir a aquel océano, aprender o amar algo que nos fortalezca y distanciarnos del asunto por algún tiempo. Es una actitud acertada, buena y saludable. Las lesiones del pasado acosaran mucho menos a una mujer si ésta le asegura a la psique herida que ahora le aplicará bálsamos suavizantes y más adelante abordará toda la cuestión de la causa de aquellas lesiones.
Tolerar
La segunda fase es la de la tolerancia, entendida en el sentido de abstenerse de castigar; de no pensar ni hacer ni poco ni mucho. Eso no significa quedarse ciega o muerta y perder la vigilancia defensiva. Significa contemplar la situación con una cierta benevolencia y ver cuál es el resultado.
Tolerar quiere decir tener paciencia, soportar, canalizar la emoción. Todas estas cosas son unas poderosas medicinas. Practícalas todo lo que puedas, pues se trata de una experiencia purificadora.
Tolerar equivale a practicar la generosidad, permitiendo con ello que la gran naturaleza compasiva participe en cuestiones que previamente han provocado emociones que van desde una leve irritación a la cólera.
Olvidar
Olvidar significa arrancar de la memoria, negarse a pensar; en otras palabras, soltar, aflojar la presa, sobre todo de la memoria. Olvidar no significa comportarse como si el cerebro hubiera muerto. El olvido consciente equivale a soltar el acontecimiento, no insistir en que éste se mantenga en primer plano sino dejar más bien que abandone el escenario y se retire a un segundo plano.
Practicamos el olvido consciente, negándonos a evitar las cuestiones molestas, negándonos a recordar. El olvido es un esfuerzo activo, no pasivo. Significa no entremeterse con ciertas cuestiones y no darles vueltas, no irritarse con pensamientos, imágenes o emociones repetitivas. El olvido consciente significa abandonar deliberadamente las obsesiones, distanciarnos voluntariamente y perder de vista el objeto de nuestro enojo, no mirar hacia atrás y vivir en un nuevo paisaje, crear una nueva vida y unas nuevas experiencias en las que pensar, en lugar de seguir pensando en las antiguas. Esta clase de olvido no borra el recuerdo, pero entierra las emociones que lo rodeaban.
Perdonar
Hay muchos medios y maneras de perdonar una ofensa a una persona, una comunidad o una nación. Conviene recordar que el perdón definitivo no es una rendición. Es una decisión consciente de dejar de guardar rencor, lo cual significa perdonar una deuda y abandonar la determinación de tomar represalias. Tú eres la que tiene que decidir cuándo perdonar y qué ritual se deberá utilizar para celebrar el acontecimiento. Tú decides qué deuda no se tiene que seguir pagando.
Algunas personas optan por conceder un perdón total, eximiendo al ofensor de la obligación de pagar una indemnización ahora o más adelante. Otras optan por interrumpir el proceso, desistir de cobrar la deuda en su totalidad y decir que lo hecho hecho está y lo que se ha pagado hasta ahora es suficiente. Otra forma de perdón consiste en exonerar a una persona sin que ésta haya satisfecho ningún tipo de indemnización emocional o de otra clase.
El perdón es un acto de creación. Se puede otorgar de muy variadas maneras. Se puede perdonar de momento, perdonar hasta entonces, perdonar hasta la próxima vez, perdonar pero no dar más oportunidades; el juego sería totalmente distinto si se produjera otro incidente. Se puede dar otra oportunidad, varias o muchas oportunidades o dar oportunidades con determinadas condiciones. Se puede perdonar en parte, en su totalidad o la mitad de la ofensa. Se puede otorgar un perdón general. La mujer es la que decide.
¿Cómo sabe la mujer si ha perdonado o no? En caso afirmativo, tiende a compadecerse de la circunstancia en lugar de sentir cólera, tiende a compadecerse de la persona en lugar de estar enojada con ella. Tiende a olvidar lo que tenía que decir al respecto. Comprende el sufrimiento que dio lugar a la ofensa. Prefiere permanecer al margen. No espera nada. No quiere nada. Ningún estrecho lazo alrededor de los tobillos tira de ella. Puede que la cosa no termine con un vivieron felices y comieron perdices, pero a partir de ahora estará esperándola con toda certeza un nuevo, Había una vez….
Mujeres que corren con los lobos: Mitos y cuentos del arquetipo de la mujer salvaje. Extracto cap. 12
Autora: Clarissa Pinkola Estés
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